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Prevenir el suicidio con mirada de género

Diferencias en la conducta suicida entre mujeres y hombres

Marcela Mezzatesta
Marcela Mezzatesta Gava
Psiquiatra de la Unidad del Trastorno del Espectro del Autismo (UnimTEA). Área de Salud Mental
Hospital Sant Joan de Déu Barcelona

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2018), la perspectiva de género es un paradigma, un enfoque, que intenta otorgar relevancia a las dimensiones sociocultural e histórica, y se pregunta por los efectos, asimetrías e inequidades que produce el lugar históricamente construido para las mujeres en la sociedad. Tiene en cuenta las desigualdades en el poder, en el acceso a los recursos, la división sexual del trabajo y la socialización de género.

Una lectura desde la perspectiva de género en salud permite poner de manifiesto la relación que existe entre roles y estereotipos de género, las inequidades de género y los síntomas.

Los determinantes de la salud relacionados con el género son las normas, expectativas y funciones sociales que aumentan las tasas de exposición y la vulnerabilidad a los riesgos para la salud, así como la protección frente a los mismos, y que determinan los comportamientos de promoción de la salud, los patrones y las posibilidades de búsqueda de atención sanitaria y las respuestas del sistema de salud en función del género. Son uno de los principales determinantes sociales de las inequidades sanitarias.

La perspectiva interseccional amplía esta lectura y nos permite tener una mirada que relacione cómo otros vectores sociales tales como la edad, la orientación sexual, la identidad de género, la etnia, el nivel formativo, el nivel económico y la diversidad psíquica o física, entre otros, se relacionan de forma dinámica y cómo el entrecruzamiento de estos ejes puede dar origen a vulnerabilidades específicas (Vohra-Gupta, 2023).

Por tanto,  incorporar las perspectiva de género e interseccional en la salud no es solo una cuestión de ética y de justicia, sino también de efectividad de las intervenciones.

¿A qué nos referimos cuando hablamos de conducta suicida?

El suicidio es un término amplio que incluye la ideación suicida (pensamientos de quitarse la vida),  la planificación del suicidio (tomar medidas de preparación para el acto), los intentos de suicidio (actos autolesivos no mortales realizados con la intención de morir) y el suicidio consumado. Las personas que experimentan ideas suicidas y hacen planes suicidas tienen un mayor riesgo de hacer intentos de suicidio, y las personas que experimentan todas las formas de tendencias suicidas tienen un mayor riesgo de muerte por suicidio, aunque un intento de suicidio previo es el predictor más importante de suicidio futuro (OMS, 2014).

La autolesión no suicida, es decir, la autolesión sin intención de morir, es frecuente entre las mujeres, y puede ser una situación reincidente y extremadamente angustiosa y compleja. Para la mayoría de las personas, este comportamiento no tiene como fin acabar con la vida, sin embargo, quienes se autolesionan deliberadamente tienen más probabilidades que la población general de experimentar también tendencias suicidas (Witt, 2023).

Si bien la perspectiva de género e interseccional nos podrían ayudar a entender parte de la conducta suicida en hombres, ligada a los roles y estereotipos culturales, y también en otros colectivos, como las minorías étnicas, sexuales, etc., nos centraremos en intentar comprender en mayor profundidad esta conducta en las mujeres.

¿Qué sabemos sobre las diferencias en conducta suicida entre hombres y mujeres ?

Las investigaciones sobre el suicidio demuestran consistentemente que las mujeres tienen tasas más altas de comportamiento suicida, es decir, ideación, planificación e intentos de suicidio en comparación con hombres; sin embargo, los hombres tienen más probabilidades de suicidarse (OMS, 2014). Esto se conoce como la «paradoja del género en el suicidio» (Canetto & Sakinofsky, 1998).

El género juega un papel importante en el suicidio y en  las conductas suicidas. Así, se han informado diferencias por sexo en relación con:

  • Los factores causales.
  • Los factores de riesgo y de protección.
  • La naturaleza misma del comportamiento suicida y cómo se manifiesta.
  • Los métodos empleados en el suicidio.
  • Los patrones de búsqueda de atención ante la conducta suicida.

Existen muchas teorías y explicaciones sobre las diferencias en el suicidio y el comportamiento suicida entre mujeres y hombres (Hawton, 2000; Canetto, 2008; Jaworski, 2007; Schrijvers et al., 2012).  Algunos de estos postulados incluyen (Stack, 2000; Smalley et al., 2005; McKay et al., 2014):

  • Cuestiones de igualdad e inclusión de género.
  • Impacto diferencial de las crisis socioeconómicas por género.
  • Diferencias en métodos socialmente aceptables para lidiar con el estrés y el conflicto para mujeres y hombres.
  • Diferencias en la vulnerabilidad a la psicopatología.
  • Diferencias biológicas y neurobiológicas.
  • Disponibilidad y acceso a diferentes métodos de suicidio.
  • Diferencias de roles culturales.
  • Disponibilidad y patrones de consumo de alcohol y drogas,
  • Diferencias en las tasas de búsqueda y aceptación de ayuda para el sufrimiento emocional y los trastornos mentales entre mujeres y hombres.

Cabe destacar que algunas de estas diferencias pueden variar según los contextos culturales en lugar de funcionar como constantes universales.

Diferencias en la metodología

En cuanto a la metodología, históricamente, se ha señalado que aún teniendo la misma intencionalidad de morir, las mujeres elegirían «métodos de eficacia variable en cuanto a letalidad», por ejemplo, mientras que los hombres elegirían «métodos más violentos», y por tanto, de mayor letalidad (Denning et al., 2000). Sin embargo, las tendencias han ido cambiando y las mujeres están adoptando progresivamente métodos más letales (Byard et al., 2004; Austin et al., 2011). Se ha postulado que las ideas cambiantes sobre feminidad y masculinidad y los roles de género en las sociedades occidentales han afectado la elección de métodos, sin embargo, se requiere más investigación para comprender completamente y abordar el cambio a métodos más letales y cómo esto varía dentro de los grupos minoritarios (Women's Health Victoria,  2011).

Las mujeres están más representadas en las conductas suicidas no fatales, pero mucho menos visibles en el diálogo, la investigación y las políticas públicas sobre prevención del suicidio.

Las mujeres pueden tener la misma intención de morir; sin embargo, el «estado de intento de suicidio» resultante no suele estar bien registrado en la recopilación de datos,  en los informes médicos e, incluso, en la mayoría de sistemas estadísticos nacionales. Como resultado, si bien las mujeres están más representadas en las conductas suicidas no fatales, son mucho menos visibles en el diálogo,  la investigación y las políticas públicas sobre prevención del suicidio.

Diferencias a la hora de buscar ayuda

En cuanto a los patrones de búsqueda de ayuda, las mujeres tienen 2,3 veces más probabilidades que los hombres de asistir  a un hospital después de un acto suicida, lo que crea una oportunidad para la atención compasiva, la psicoeducación, el tratamiento y la vinculación para el apoyo continuo en los recursos sanitarios comunitarios. Por tanto, contar con una mayor precisión en el registro de conductas suicidas no fatales reportadas es vital para los esfuerzos de prevención del suicidio y puede usarse para determinar la prevalencia y las correlaciones de conductas suicidas no fatales, así como la eficacia de las intervenciones y el diseño de programas de apoyo para satisfacer las necesidades de las mujeres y  de poblaciones en situación de riesgo (Schrijvers, 2012).

Los prejuicios y sesgos de género

Se postula que una de las razones que explicaría la falta de inversión en el conocimiento y la investigación del comportamiento suicida en mujeres podría relacionarse con la presencia de algunos prejuicios por parte de profesionales sanitarios, es decir sesgos de género, como, por ejemplo, la tendencia a considerar la conducta suicida en las mujeres como conductas de manipulación y no graves (a pesar de la evidencia de intención, letalidad y hospitalización), y a describir sus intentos como «infructuosos», «fracasados» o de «búsqueda de atención» (Beautrais, 2006).

El conocimiento actual de las diferencias por sexo/género continúa siendo incompleto, particularmente en lo que respecta a las tentativas no fatales, y también dentro de diferentes grupos de edad, pertenencia étnica o religiosa. Del mismo modo, la investigación sobre la conducta suicida en mujeres trans, personas con características intersexuales, personas del espectro femenino que no se identifican como mujeres u hombres y aquellas con géneros culturalmente específicos más allá del binario mujer/hombre continúa siendo limitada.

Hay una tendencia a considerar la conducta suicida en las mujeres como conductas de manipulación y no graves y a describir sus intentos como «infructuosos», «fracasados» o de «búsqueda de atención».

Pese al crecimiento y los avances en el campo de la prevención del suicidio durante los últimos años, la atención se ha centrado más en comprender y prevenir la mortalidad por suicidio que en las consecuencias de las conductas suicidas no mortales.

Sin duda, es un imperativo destinar atención y recursos a la prevención de la mortalidad por suicidio, sin embargo, resulta relevante centrarse también en comprender y prevenir el comportamiento suicida no fatal de las mujeres. En conjunto, el número de mujeres que piensan en el suicidio, planifican el suicidio, intentan suicidarse y mueren por suicidio es considerable y tiene un gran impacto en la salud pública en general y secuelas en la salud de las mujeres en particular (Chaudron & Caine, 2004).

¿Qué  reflejan las estadísticas sobre las diferencias entre hombres y mujeres en la conducta suicida?

La tasa de suicidio consumado en hombres es mayor a la de mujeres, a nivel global, en la mayoría de países del mundo, con una proporción de 3,2:1(hombres/mujeres) en 1950; 3,6:1 en 1995 y 3,9:1 en 2020. Con una sola excepción, China, donde las tasas de suicidio en las mujeres son consistentemente más altas que las tasas de suicidio en hombres, especialmente en las zonas rurales (Phillips, Li y Zhang, 2002). Esta variabilidad transcultural es importante a tener en cuenta, ya que los hallazgos comparativos sugieren que las tasas de suicidio están influenciadas por factores culturales locales relacionados con el género.

Tal y como se ha mencionado, las mujeres tienen tasas más altas de conducta suicida. Sin embargo, tanto en nuestro medio, como a nivel global, existe una carencia de estadísticas de seguimiento longitudinales de conducta suicida, es decir, desconocemos la prevalencia real de ideación, planificación e intentos de suicidio, lo que nos impide tener una idea más certera de la dimensión de esta problemática.

Según las datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) de 2022, 3.126 hombres y  1.101 mujeres se suicidaron ese año, siendo, en el caso de las mujeres, la franja etaria inicialmente más vulnerable la comprendida entre los 15-29 años (117 casos); posteriormente, el registro experimenta una leve tendencia a la baja en la franja entre los 30 a 44 años, con un nuevo pico de incremento entre los 50-54 años (134 casos), con tendencia a la reducción progresiva a partir de los 60 años en adelante. Cabe destacar, no obstante, que el número de casos de mujeres adultas mayores que consuman suicidio no es nada despreciable, si sumamos los casos de mayores de 65 años hasta 95 o más años, sin desagregarlos por franjas de edad más reducidas, encontramos que 354 mujeres adultas mayores se suicidaron el año pasado. Teniendo en cuenta que, si bien con algunas variaciones entre años, las estadísticas previas mantienen la tendencia, podríamos intentar analizar desde una perspectiva de género estos picos de incidencia.

Existe una carencia de estadísticas de seguimiento de conducta suicida, es decir, desconocemos la prevalencia real de ideación, planificación e intentos de suicidio, lo que nos impide tener una idea más certera de la dimensión de esta problemática.

Por ejemplo, la conducta suicida en mujeres, en la franja de los 15-29 años, ¿podría relacionarse con el impacto de los estresores relacionales o vinculares a esa edad? ¿Qué peso tienen los conflictos familiares, los problemas con iguales, las situaciones de acoso o bullying y  las primeras relaciones de pareja?

¿La reducción de la incidencia en la franja entre los 30-50 años podría tener que ver con el rol de cuidadoras como factor de sobrecarga (por la no distribución equitativa) pero también protector? Se trata de una etapa en la que el cuidado de las criaturas pequeñas y de las personas mayores o dependientes de la familia puede convertirse en un eje central del tiempo y de los esfuerzos de las mujeres.

En la franja de los 50 años en adelante, ¿qué impacto tiene el fallecimiento de los adultos mayores a cargo, emancipación de hijos, una menor perspectiva de cambios en el itinerario vital (matrimonio, laboral, etc), la perimenopausia y la menopausia?.

¿Qué rol juega la soledad, la pérdida de contacto o fallecimiento de amistades, el aislamiento, las enfermedades crónicas, entre otros factores, en el caso de las adultas mayores de 65 años?

Prevenir el suicidio desde la perspectiva de género

A nivel sociocultural y de políticas públicas, es importante continuar trabajando en la deconstrucción de los roles y estereotipos de género marcados y en las inequidades sociales, económicas y laborales, que impactan de manera diferencial en hombres y mujeres.

Debemos, como sociedad, generar cambios profundos y estructurales que permitan disminuir los riesgos de exposición a diferentes formas de violencias desde etapas tempranas de la vida de las niñas y mujeres, en el contexto familiar, en los entornos escolares y laborales y en las relaciones sexo-afectivas.

Del mismo modo, resulta fundamental mejorar las estadísticas nacionales y regionales, para tener información más específica de la dimensión, el impacto y las secuelas de la conducta suicida no letal, que es altamente frecuente entre mujeres. Es necesario generar mayor cuerpo de literatura científica  que nos permita ampliar el conocimiento sobre diferencias de sexo/género en la conducta suicida, tanto no letal como letal.

Debemos trabajar en la deconstrucción de los estereotipos de género y las desigualdades sociales, económicas y laborales que impactan de manera diferencial en hombres y mujeres.

En el ámbito  sanitario, es imprescindible poder incrementar la prevención, la detección y el acompañamiento terapéutico de los cuadros ansioso-depresivos en chicas y mujeres, prestando especial atención a momentos vitales de mayor vulnerabilidad: adolescencia, gestación (especialmente si no es deseada), fallecimiento o  suicidio de familiares o vínculos íntimos, menopausia, enfermedades crónicas o soledad no deseada.

Es necesario también promover la existencia de programas específicos de atención perinatal a mujeres con problemas previos de salud mental o de inicio durante la gestación o el parto.

Resulta relevante, además, detectar y abordar otras situaciones coocurrentes relacionadas con el incremento de riesgo de conducta suicida en chicas y mujeres, tales como el consumo de alcohol y sustancias y las conductas autolesivas.

Entre las personas profesionales de la sanidad e investigadoras, es importante trabajar la formación en perspectiva de género en general y en la detección de los propios sesgos y prejuicios específicos en particular, en relación a la conducta suicida no letal de las chicas y mujeres, evitando la tendencia a infraestimar la misma. Las consultas por este motivo permiten crear una oportunidad única para la atención compasiva, y el acceso a posibilidades terapéuticas específicas y sensibles a esta problemática.

Así mismo, se debe hacer un trabajo activo para reducir la sobreprescripción farmacológica como alternativa principal/única de tratamiento a los malestares emocionales de las chicas y mujeres que consultan. Resulta imprescindible poder aumentar los recursos psicológicos y psicoterapéuticos disponibles.

Fomentar la resiliencia, la conectividad social, la promoción de relaciones libre de violencias, la garantía de acceso a derechos sexuales y reproductivos y la equidad en las oportunidades educativas, laborales y sanitarias puede crear las condiciones para un entorno social positivo que respalde el bienestar a través de factores protectores que mitiguen el riesgo de conducta suicida en las chicas y mujeres.

Este contenido no sustituye la labor de los equipos profesionales de la salud. Si piensas que necesitas ayuda, consulta con tu profesional de referencia.
Publicación: 7 de Marzo de 2024
Última modificación: 19 de Marzo de 2024

Si tienes pensamientos suicidas, pide ayuda:

También puedes comunicarte con los servicios de emergencia locales de tu zona de residencia.

Marcela Mezzatesta

Marcela Mezzatesta Gava

Psiquiatra de la Unidad del Trastorno del Espectro del Autismo (UnimTEA). Área de Salud Mental
Hospital Sant Joan de Déu Barcelona
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